Os invitamos a leer un artículo sobre la historia y tradición de la Inmaculada Concepción de la Virgen en España, escrito por nuestro feligrés Ignacio.
Hace unos años tuve la oportunidad de asistir a una conferencia en la localidad conquense de Horcajo de Santiago, situada en una zona donde tenía uno de sus asentamientos la Orden de Caballería de Santiago, después de la reconquista cristiana. Desde la distancia destaca la Iglesia dedicada a la Inmaculada Concepción, situada en la parte más alta del pueblo, alta y esbelta, con grandes contrafuertes que le dan un aspecto de iglesia-fortaleza, aunque su origen del siglo XVI no hiciera tan necesaria esta función defensiva. Durante su visita lo que más llamó nuestra atención fue el relato de una procesión que se celebra todos los años en honor de la Virgen Inmaculada, en la noche del 7 al 8 de diciembre. Es conocida como el Vitor, y durante la misma tres devotos a caballo pasean un estandarte denominado Vitor, con la imagen de María Inmaculada, acercándolo a los vecinos que participan fervorosamente en la procesión. Empieza en la noche del día 7 y dura hasta bien entrado el día 8, siendo una de las procesiones más largas que se conocen.
Ésta es una de las muchas muestras de devoción que se realizan en España en honor de la Virgen María Inmaculada Concepción, entre las que destacan las vigilias y numerosas procesiones, como la de los Seises de Sevilla, o la de la Encamisá de Torrejoncillo en Cáceres, fiesta de Interés Turístico Nacional.
Mas conocida es la devoción a la Virgen María Inmaculada Concepción por la Infantería española que la tiene como Patrona, y cuyo origen se remonta a la batalla de Empel, en tierras de Flandes, durante la Guerra de los Ochenta Años. La noche del 7 de diciembre de 1585 las tropas españolas estaban cercadas por el mar y el enemigo holandés y seguras de una cruenta derrota al día siguiente. Un soldado cavando una trinchera, que podría ser su tumba por la mañana, descubrió una tabla flamenca en la que estaba pintada la Inmaculada Concepción. Esa misma noche el agua que rodeaba a los Tercios españoles se congeló, y por la mañana las tropas pudieron romper el cerco caminando sobre el hielo y portando la tabla de la Virgen Inmaculada a modo de procesión, mientras que los barcos holandeses quedaron atrapados en el hielo. Desde ese 8 de diciembre, en que ocurrió el denominado “Milagro de Empel” la Infantería española adoptó a María Inmaculada como su Patrona. No en vano el almirante enemigo Hohelohe-Neuenstein no pudo sino admitir que “tal parece que Dios es español al obrar tan grande milagro”.
Cuadro del Milagro de Empel, de Augusto Ferrer-Dalmau (2015). Los soldados de los Tercios portan la tabla con la imagen de La Inmaculada.
He querido mencionar estos ejemplos, para destacar la devoción que han sentido y sienten los españoles por la Virgen María Inmaculada Concepción. Pero esta devoción no es exclusiva de la Iglesia española. La doctrina de la concepción inmaculada de María forma parte de la fe cristiana desde el principio del cristianismo. Parece que el origen de esta doctrina proviene de la Iglesia de Oriente. Así en el siglo IV, San Efrén de Mesopotamia ya alababa a Jesucristo con estas palabras “Tú y tu Madre, sólo vosotros, ciertamente, sois completa e integralmente hermosos. No hay en Ti, oh Señor, y tampoco en tu Madre, mancha alguna”.
También hay constancia de que en las Iglesias orientales se celebraba la fiesta de la Concepción de María desde los siglos VII-IX el 8 de diciembre, relacionada con la Natividad de María que, desde años antes, se celebraba el 8 de septiembre. Como testimonio existe un himno compuesto para esta fiesta por San Andrés de Creta (660-740) muy probablemente en el monasterio de San Sabas cerca de Jerusalén. Desde oriente pasó esta tradición a occidente, probablemente a través de los monasterios griegos de la península itálica, difundiéndose por toda la Iglesia europea.
En lo que respecta a la España visigoda, ya en el IV Concilio de Toledo (633) se estableció la unidad en torno a la misma fe. Esta unidad sería confirmada en los siguientes concilios generales, reafirmándose la doctrina trinitaria y cristológica, así como la maternidad divina y la virginidad perpetua de María, frente a herejías antiguas y el arrianismo. Esta línea mariológica fue impulsada por San Ildefonso, San Leandro y San Isidoro (Cantera, Santiago, Hispania Spania, pág. 97 y 98, Editorial Actas, Madrid, 2014).
En el siglo XIII, el franciscano mallorquín Beato Ramón Llul (1232-1315), que recorrió el mediterráneo predicando la fe católica, fue un gran difusor de la devoción a la Inmaculada Concepción en España. Siguiendo su estela en los siglos XIV y XV la corona de Aragón se hizo promotora de la fiesta de la Inmaculada, declarando festivo esta fiesta mariana.
Monarcas españoles han sido fieles devotos de la Inmaculada Concepción. En el XI Concilio de Toledo el rey visigodo Wamba ya fue titulado “Defensor de la Purísima Concepción de María”. Fueron también grandes devotos reyes como Fernando III el Santo, Jaime I el Conquistador, Jaime II de Aragón, Fernando el Católico, el emperador Carlos I o su hijo Felipe II. Además, la más alta condecoración española, la Orden de Carlos III, luce en su banda el color azul, y la imagen de la Inmaculada adorna sus condecoraciones, siendo este monarca quien la proclamó Patrona de sus Estados en 1760, siendo aprobado por el Papa Clemente XIII.
Este recorrido histórico nos muestra como la devoción a la Inmaculada Concepción estaba generalizada en España desde los primeros siglos de su existencia cristiana. Cuando el Papa Pio IX declaró el dogma de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María en 1854, convirtiendo en festivo el día 8 de diciembre, en España ya se llevaba varios siglos celebrándolo. Hay registros oficiales que desde 1644 se celebraba este día para conmemorar la Batalla de Empel. Es por ese motivo que, durante la celebración de dicha festividad, los sacerdotes españoles tienen el privilegio de vestir casulla azul. Fue otorgado por la Santa sede en 1864, como agradecimiento a la defensa del dogma de la Inmaculada Concepción que hizo España.
Esta devoción secular ha hecho que la representación de María Inmaculada, la “Tota Pulchra”, fuera motivo artístico destacando su presencia en la pintura, sobre todo a partir del siglo XVII. Grandes pintores como Francisco de Pacheco, Velázquez, Zurbarán, Ribera y, más tarde el propio Goya, pintaran a la Virgen Inmaculada. La línea de representación es una joven vestida de blanco, con un manto azul, que significan la pureza y eternidad respectivamente, coronada por un círculo de doce estrellas, y a sus pies la media luna y una serpiente que representa el pecado.
Sin embargo, sería Bartolomé Esteban Murillo quien destacaría en el campo de la pintura, con una obra de más de una veintena de cuadros de la Inmaculada Concepción.
En el ámbito de la escultura existen en España numerosos retablos en los que se representa a la Virgen Inmaculada. Las representaciones iconográficas más antiguas de este misterio se encuentran en Zaragoza y Ávila. En Zaragoza, encontramos una Inmaculada en relieve en la sillería del coro de la Basílica del Pilar (1542-1548). En Ávila, existe una imagen de la Inmaculada en el retablo de la Iglesia del Convento de Nuestra Señora de la Gracia (siglo XVI). También se puede destacar la imagen de la Inmaculada Concepción, de Luigi Poletti, que corona una columna 12 metros de altura en la Plaza de España de Roma, de 1857.
Bartolomé E. Murillo. La Inmaculada del Escorial ©Museo del Prado
Este recorrido por la historia y la tradición de la doctrina de la Inmaculada Concepción de la Virgen María ha querido dar testimonio del dogma definido en la bula Ineffabilis Deus (Pio IX, 8 de diciembre de 1854): «La bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano».
Pero este privilegio no fue gratuito, ya que la razón de su concesión por Dios a la Virgen María era la «misión tan importante» que debía cumplir, como fue concebir y dar a luz al Verbo Encarnado, por lo cual, «para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación, era preciso que ella estuviese totalmente conducida por la gracia de Dios» en todos los momentos de su vida (Catecismo de la Iglesia Católica; 490-493).
JIMdLB